LA AVENTURA DEL PENSAMIENO

DAVID HUME

EL YO ES UNA ILUSIÓN QUE VIVE EN UNA REALIDAD VIRTUAL

Aísla al sujeto de su entorno haciéndole creer que tiene una autonomía que no es real

El yo sería una construcción ilusoria que aísla al sujeto de su entorno haciéndole creer que tiene una autonomía que no es real. Muy probablemente, nuestro cerebro crea la experiencia del yo a partir de una multitud de experiencias. Hoy sabemos que todo lo que experimentamos se procesa en patrones de actividad neural que conforman nuestra vida mental. Y no tenemos ninguna conexión directa con la realidad exterior. Vivimos, pues, en una realidad virtual. Los colores, los sonidos, los gustos y los olores no existen ahí afuera, sino que son atribuciones de nuestra mente. Por Francisco J. Rubia.

Estamos tan familiarizados y satisfechos con la experiencia de nuestro yo que preguntarse si realmente ese yo existe parece como si fuese la pregunta de un retrasado mental. Y sin embargo la neurociencia moderna se plantea esa cuestión precisamente, a saber que el yo, como ya decía la filosofía hindú hace más de tres mil años, es maya, palabra del sánscrito que significa engaño, ilusión o lo que no es.

En la filosofía védica se acuñó la palabra Ahamkara, palabra compuesta de Aham, que significa “yo” y kara que designa todo aquello que ha sido creado. El yo sería una construcción ilusoria que aísla al sujeto de su entorno haciéndole creer que tiene una autonomía que no es real.

Como dice la psicóloga británica Susan Blackmore, la palabra ilusión no significa que no exista, existe como fruto de la actividad cerebral que al parecer genera esa ilusión en nuestro propio beneficio.

Cuando nos levantamos por la mañana nuestro yo se despierta unido a la consciencia. Vuelven los recuerdos del día anterior y los planes para el futuro. En una palabra: nos convertimos en esa persona que identificamos con la palabra “yo”. Todos nosotros tenemos la impresión subjetiva de que dentro de nosotros se esconde la persona que llamamos “yo” y que recibe todas las sensaciones, toma todas las decisiones, recapacita, planifica, aprueba o rechaza. Es como una especie de homúnculo que controla todas las funciones cerebrales.

cabeza

Una persona diminuta sentada en un cine dentro de una cabeza humana, mirando y escuchando todas las experiencias que tiene el ser humano. Representación del Teatro Cartesiano. Imagen: Jennifer Garcia.

Teatro cartesiano

El filósofo estadounidense Daniel Dennett llamó a este proceso el Teatro Cartesiano, es decir, una especie de quimera de que en alguna parte del cerebro existe un lugar donde todos los sucesos mentales convergen y son experimentados.

En el siglo XVIII, el filósofo escocés David Hume ya dijo que no había ninguna prueba de que ese lugar existiese. Además se ha argumentado que la existencia de un homúnculo requeriría otro homúnculo dentro del primero y así sucesivamente.

David Hume decía: “Por mi parte, cuando entro más íntimamente en lo que llamo mí mismo (myself) siempre tropiezo con alguna percepción particular de calor o frío, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. En ningún momento puedo nunca cogerme a mí mismo sin una percepción, y nunca puedo observar nada excepto la percepción. Cuando desaparecen mis percepciones por algún tiempo, como cuando estoy profundamente dormido, durante tal tiempo estoy insensible a mí mismo y puede en verdad decirse que no existo”.

Como vemos, para Hume el yo no es más que un haz de percepciones. Veinticuatro siglos antes Gauthama Buda había llegado a la misma conclusión.

La hipótesis del alma

Naturalmente existe la hipótesis de un ente inmaterial, al que se le ha llamado alma, que controlaría todas las funciones cerebrales. El problema es que con ella no resolvemos nada.

Primero, porque el dualismo cartesiano siempre tuvo problemas para explicar cómo un ente inmaterial es capaz de mover la materia cerebral sin tener energía, lo que violaría las leyes de la termodinámica. En segundo lugar, porque la hipótesis del alma nos da una explicación, pero invalida cualquier investigación ulterior ya que la creencia en ella hace superfluo cualquier esfuerzo por conocer cuáles son las razones y los mecanismos de lo que hemos llamado la ilusión del yo.

Además, la hipótesis del alma no es una hipótesis científica porque no es ni confirmable ni falsable, siguiendo los criterios del filósofo austriaco Karl Popper.

No tenemos ninguna prueba de la existencia de algo permanente en nosotros mismos. Todo lo que nos rodea y todo lo que somos, biológicamente hablando, es efímero y perecedero.

Si el yo es la suma de nuestros pensamientos y acciones, entonces ese yo es fruto de la actividad cerebral. Lesiones cerebrales graves pueden producir un cambio de personalidad, y el mismo efecto puede tener lugar con la ingesta de drogas.

A pesar de que el yo sea un producto cerebral, no existe ningún lugar en el cerebro en el que pueda localizarse. Muy probablemente, nuestro cerebro crea la experiencia del yo a partir de una multitud de experiencias, tanto las que llegan a través de nuestros sentidos como las que hemos almacenado en nuestra memoria.

Sabemos que el cerebro construye un modelo del mundo exterior y que teje las experiencias para formar una historia coherente que le permita interpretar y predecir futuras acciones.

Generamos una simulación del mundo exterior para anticipar lo que vamos a hacer en él en el futuro y, de esa manera, asegurar la supervivencia. Esa sería la razón por la que preferimos
un modelo de la realidad antes que la realidad misma.

Desconectados de la realidad

No tenemos una conexión directa con la realidad, como ya dijo el filósofo alemán Immanuel Kant. Kant afirmaba que incluso antes de que haya un pensamiento, antes de que podamos conocer algo sobre el mundo o sobre nosotros mismos, tiene que haber un yo unificado como sujeto de la experiencia. Colocó ese yo unificado y primordial en el centro de su propia filosofía y argumentaba que ese yo interno creaba coherencia y prestaba ayuda a nuestra experiencia y nuestra percepción.

Hoy sabemos que todo lo que experimentamos se procesa en patrones de actividad neural que conforman nuestra vida mental. Y no tenemos ninguna conexión directa con la realidad exterior. Vivimos, pues, en una realidad virtual.

La filosofía hindú también considera la realidad exterior como maya, ilusión. Ya en el pasado se conocía que las llamadas cualidades secundarias dependían del sujeto que las experimentaba, como afirmaba Descartes. Y el filósofo napolitano Giambattista Vico lo expresa claramente en su libro La antiquísima sabiduría de los italianos de la manera siguiente: “si los sentidos son facultades, viendo hacemos los colores de las cosas, degustándolas sus sabores, oyéndolas sus sonidos, y tocándolas, hacemos lo frío y lo caliente”.

El filósofo empirista irlandés, el obispo George Berkeley, decía que sólo conocemos lo que percibimos, de manera que sus contemporáneos discutieron si cuando caía un árbol en el bosque y nadie estuviera presente para escucharlo haría algún ruido.

Por lo que hoy sabemos no habría ningún ruido, ya que el sonido no es ninguna cualidad de la realidad absoluta, sino sólo de la nuestra. Los colores, los sonidos, los gustos y los olores no existen ahí afuera, sino que son atribuciones de nuestra mente.

Ahí afuera no existen más que radiaciones electromagnéticas de distintas longitudes de onda que incidiendo sobre nuestros receptores producen potenciales eléctricos, los potenciales de acción, que son todos iguales provengan del ojo, del oído, del gusto, del olfato o del tacto.

Es en las distintas regiones de la corteza donde se atribuyen las cualidades secundarias. De ahí que la lesión de la región cortical donde se procesa la visión cromática tenga como resultado que el paciente se vuelva acromático y no sólo no vea colores, sino que ni siquiera sueñe con ellos.

En la construcción de ese mundo interior, si falta alguna información, el cerebro la suple para generar una historia plausible aunque no sea completamente exacta.

El cerebro crea el yo consciente

De la misma manera, el cerebro crea el yo consciente, aunque aún no sepamos cómo, y a partir de la actividad neuronal se pasa a un concepto tan abstracto como ese.

El yo sería una construcción ilusoria que aísla al sujeto de su entorno haciéndole creer que tiene una autonomía que no es real.

Tanto lo que llamamos yo como la consciencia son construcciones cerebrales que encierran el gran problema de la neurociencia, a saber, cómo se pasa de la actividad neuronal a las impresiones subjetivas. Es lo que el filósofo australiano David Chalmers ha llamado el “problema difícil” de la consciencia. El paso de lo objetivo a lo subjetivo.

¿Qué sentido tendría esa ilusión del yo? Se ha argumentado que la razón es simplemente la función de predecir la conducta de los otros. Si creo que dentro de mí existe una persona que se comporta como cualquier otra, puedo predecir el comportamiento de los demás observando esa persona dentro de mí. La autoconsciencia sería, pues, el invento del yo para saber qué harán los otros.

El neurólogo indio afincado en Estados Unidos Vilayanur Ramachandran cree que el yo no es una propiedad holística de todo el cerebro, sino que surge de la actividad de series de circuitos que están distribuidos por todo el cerebro e interconectados entre sí.

El pionero de la inteligencia artificial, Marvin Minsky, dice que la auto-consciencia es un segundo mecanismo paralelo desarrollado para generar representaciones de otras representaciones más antiguas.

Y el psicólogo inglés, Nicholas Humphrey, supone que nuestra capacidad de introspección puede haberse desarrollado específicamente para construir modelos de la mente de otras personas para poder predecir su conducta.

Esta última afirmación nos llevaría a relacionar la auto-consciencia con las neuronas espejo, que nos permiten “reflejar” en el cerebro actos motores, pero también emociones e intenciones de los demás. En esto también está Ramachandran de acuerdo.

¿Sólo un yo?

Habría que preguntarse si existe sólo un yo. No hace tanto tiempo se buscaba afanosamente la memoria, asumiendo que era una sola entidad. Hoy sabemos que hay distintos tipos de memoria con distintas localizaciones en el cerebro.

Lo mismo ha ocurrido con la inteligencia, y hoy se definen varios tipos de inteligencia. Por ello hay que preguntarse si no ocurrirá lo mismo con el yo.

Ramachandran habla, por ejemplo, de diversos yos, o al menos de distintos aspectos del yo, como por ejemplo el sentido de unidad, la multitud de sensaciones y creencias, el sentido de la continuidad en el tiempo, el control de las propias acciones (esto último relacionado con el tema de la libertad o libre albedrío), el sentido de estar anclado en el cuerpo, el sentido de la propia valía, dignidad y mortalidad o inmortalidad.

Cada uno de estos aspectos puede estar mediado por centros diferentes en distintas partes del cerebro y que, por conveniencia, los agrupamos a todos en una sola palabra: yo. Precisamente el aspecto más extraño de todos: el ser consciente de uno mismo es lo que Ramachandran supone que depende de las neuronas espejo.

Hay casos clínicos que muestran que existen muchas regiones cerebrales que juegan un papel en la creación y mantenimiento del yo, pero no existe ningún centro en donde se reúna todo físicamente.

Aparte del lóbulo frontal, donde se descubrieron estas neuronas por vez primera, existen numerosas neuronas espejo en el lóbulo parietal inferior, una estructura que ha experimentado una gran expansión en los grandes simios y en el hombre.

Esta región se dividió en dos giros: el giro supramarginal que nos permite “reflejar” nuestras acciones anticipadamente, y el giro angular, que nos permite “reflejar” nuestro cuerpo, en el hemisferio derecho, y otros aspectos sociales y lingüísticos del yo en el hemisferio izquierdo.

La hipótesis de la relación de estas neuronas con la auto-consciencia supondría que utilizamos las neuronas espejo para mirarnos a nosotros mismos como si alguien lo estuviera haciendo. Y el mismo mecanismo que se desarrolló para adoptar el punto de vista de otro se volvió hacia adentro para mirar el propio yo. De manera que “auto-consciente” sería ser consciente de otros siendo consciente de mí mismo.

El yo como construcción cerebral

Que el yo unificado puede ser una construcción cerebral lo muestran los experimentos realizados por Roger Sperry (Nobel 1981) y Michael Gazzaniga en sujetos con cerebro escindido o dividido.

En pacientes que sufrían de epilepsia, con un foco en un hemisferio, y para evitar que se crease un “foco especular” en el otro hemisferio, cirujanos norteamericanos hace unas décadas seccionaban el cuerpo calloso e incluso en algunos pacientes también la comisura anterior.

Los experimentos mostraron que al hacerlo los cirujanos partieron literalmente en dos el yo, ya que aparecieron dos personas distintas con gustos y aficiones diversas y a veces contradictorias. En estos pacientes podía ocurrir que una mano abriese un cajón y la otra intentase cerrarlo.

Preguntado el hemisferio no parlante de uno de estos sujetos, generalmente el derecho, que qué profesión quería ejercer en el futuro, respondió, mediante la utilización de letras del juego Scrabble, que quería ser corredor de fórmula uno, cuando el hemisferio parlante había siempre afirmado querer ser diseñador gráfico. Y el neurólogo Ramachandran tuvo un paciente que respondía con el hemisferio izquierdo creer en Dios y con el hemisferio derecho ser ateo.

La división de las conexiones entre los dos hemisferios había creado un segundo yo hasta ahora desconocido porque el yo del hemisferio dominante o parlante se había considerado el único.

cerebro

Resultados sorprendentes

Uno de los resultados más sorprendentes de estos experimentos fue la capacidad de interpretación del hemisferio izquierdo de la conducta iniciada por el hemisferio derecho.
Si se le enviaba una señal al hemisferio derecho que decía “andar”, el sujeto se ponía en marcha. Y preguntado el sujeto verbalmente que por qué lo hacía, el hemisferio izquierdo parlante respondía que iba a buscar una coca-cola, cualquier otra excusa o simplemente que tenía ganas de hacerlo.

Este fenómeno es algo parecido a lo que ocurre cuando se hipnotiza a una persona y se le ordena, ya hipnotizado, que ande a cuatro gatas por la alfombra. Si en ese momento el hipnotizador lo despierta y le pregunta qué hace andando a cuatro gatas, el sujeto puede responder que porque se le había caído una moneda.

El hemisferio izquierdo, cuando no conoce las razones de la conducta del organismo, se inventa una historia plausible para interpretarla. En otras palabras: para ese yo del hemisferio izquierdo una historia plausible, pero falsa, es mejor que ninguna.

Esta capacidad que llevó a su descubridor Michael Gazzaniga a llamar al cerebro dominante “el intérprete” se ve aún más claro en el siguiente experimento.

Si se le proyecta a uno de estos pacientes un paisaje nevado al hemisferio derecho y la cabeza de una gallina al hemisferio izquierdo y luego se le pide que elija con cada mano entre varias imágenes que se les proyecta la que estuviese más relacionada con lo que habían visto, la mano derecha, controlada por el hemisferio izquierdo, elegía una gallina, y la mano izquierda, controlada por el hemisferio derecho, una pala.

Pero si se le preguntaba al paciente que por qué había elegido con la mano izquierda una pala respondía que para limpiar la porquería del gallinero.

Engaños cerebrales

Para el yo izquierdo, repito, es mejor tener una historia plausible, aunque sea falsa, que no tener ninguna. La capacidad de suplir información que falta por parte del cerebro es lo que constituye los engaños tanto ópticos como de otro tipo a los que estamos acostumbrados.

Pensemos, por ejemplo, cómo el cerebro cubre la información que falta en aquella parte de la retina que no tiene receptores visuales por la salida del nervio óptico, es decir, la mancha ciega que no se traduce en un escotoma en el campo visual.

Antes hablamos de casos clínicos en los que se produce una fragmentación del yo o la pérdida de uno de sus aspectos.

Uno de estos casos es la asomatognosia, o la falta de reconocimiento de una parte del cuerpo, que suele ocurrir tras una apoplejía con extensas lesiones de la corteza cerebral. La asomatognosia es una fragmentación del yo.

Otro ejemplo es el síndrome de negligencia hemiespacial, que ocurre por lesiones del lóbulo parietal derecho, en el que el paciente ignora, o más bien no atiende, a la mitad izquierda de su campo visual.

Otro síntoma que afecta al yo personal es la anosognosia, o negación de la enfermedad. Un caso especial de anosognosia es el síndrome de Anton, o inconsciencia de la ceguera. Gabriel Anton describió uno de los primeros ejemplos de falta de consciencia de la ceguera en 1899.

Generalmente, las tres condiciones: asomatognosia, negligencia hemiespacial y anosognosia suelen ocurrir juntas por lesiones del hemisferio derecho.

Límites del yo personal

Los límites del yo personal son más dinámicos que rígidos. Hay cosas ego-cercanas, como el propio cuerpo, la mujer o el marido, los miembros de la familia. Por otra parte, los objetos que no tienen un significado especial para nosotros son considerados ego-distantes.

Ejemplos de alteraciones de las relaciones del yo son los fenómenos conocidos como déjà vu y jamais vu, o sea ya visto y jamás visto, en los que el paciente tiene la impresión de haber visto ya algo que no ha podido ver antes, o lo contrario, la impresión de no haber visto nunca algo que sí conoce. Esto está en relación con el sentido de familiaridad, sentido emocional que depende del sistema límbico, concretamente de la amígdala.

El individuo sano tiene una relación integrada y normal con el mundo. Nuestras relaciones con el mundo y con otras personas están en un equilibrio delicado y ese equilibrio se mantiene de manera automática e inconsciente. No somos conscientes de él hasta que no es violentado.

En 1923, el psiquiatra francés Jean-Marie Joseph Capgras describió un caso, el de Madame M., una mujer de 53 años que se quejaba que impostores habían sustituido a su marido, a sus hijos e incluso a ella misma. Su marido había sido asesinado y los impostores lo habían sustituido por otra persona. A este fenómeno lo llamó “l’illusion de sosies’.

Sosia es en español una persona que se parece tanto a otra que es confundida con ella. El nombre proviene de la mitología griega en la que se cuenta la historia de Zeus que se transformó físicamente en la persona de Anfitrion para seducir a su mujer Alcmena. Temeroso de que la criada de Alcmena, Sosia, la alertase del engaño, hizo que Hermes se convirtiese en Sosia. El engaño tuvo éxito y Alcmena dio a luz a dos mellizos: uno, hijo de Zeus: Hércules; el otro, hijo de Anfitrion: Iphicles. De ahí que el nombre sosie signifique en francés doble.

El síndrome de Capgras está probablemente generado por la pérdida de la conexión entre el reconocimiento de caras, localizado en el giro fusiforme, y el sistema límbico, especialmente la amígdala, que le da significación emocional a los estímulos sensoriales. El paciente reconoce las caras, pero no son familiares para él, por lo que supone que son impostores o dobles.

Cuatro años tras la publicación del síndrome de Capgras, dos médicos franceses, Courbon y Fail, publicaron un artículo titulado: “El síndrome de la ilusión de Frégoli y la esquizofrenia”. Courbon y Fail le dieron este nombre por Leopoldo Frégoli, famoso actor italiano en Francia por su extraordinaria capacidad de imitación. Estos pacientes encontraban a personas a su alrededor conocidas, aunque nunca las habían visto antes, es decir, lo contrario que los pacientes con síndrome de Capgras. El síndrome de Frégoli puede interpretarse como una super-relación con otras personas y en ese sentido se parece al fenómeno del déjà vu.

Un yo maleable

Los límites del yo son maleables, no son rígidos. Al yo se le ha comparado con una ameba que cambia su forma y sus márgenes. Un ejemplo de ello es lo que ocurre con los experimentos que utilizan una mano de goma. Si se oculta la mano izquierda de un sujeto y se acarician simultáneamente la mano izquierda y la mano de goma con un punzón o pincel, al cabo de unos minutos el sujeto siente que la mano de goma forma parte de su cuerpo. La fusión de la información táctil y visual en el cerebro crea esa ilusión.

Las memorias de todas las experiencias de la vida son muy importantes para la creación y mantenimiento del yo. Nuestra identidad es la suma de nuestros recuerdos, pero esos recuerdos se modifican por el contexto en el que se producen y, a veces, simplemente son confabulaciones. Con otras palabras: no podemos fiarnos completamente de ellos, de manera que el propio yo queda en entredicho. Por otra parte, sin un sentido del yo los recuerdos no tienen ningún sentido y, sin embargo, ese yo es un producto de nuestros recuerdos.

Dos tipos de yo

Personalmente pienso que existen al menos dos tipos de yo o de consciencia: una a la que llamo “consciencia egoica”, que es la consciencia normal que solemos tener en la vigilia, aunque haya también diversos niveles, y que se caracteriza por un pensamiento dualista característico de nuestra capacidad lógico-analítica. Y una segunda consciencia que llamo “consciencia límbica” que es la que nos permite acceder a una especie de “segunda realidad”, que es a la que llega el chamán, o el místico, mediante ciertas técnicas y que genera la sensación de trascendencia.

La llamo consciencia límbica porque se debe a la hiperactividad de determinadas estructuras límbicas que se encuentran en la profundidad del lóbulo temporal. Su estimulación eléctrica o magnética es capaz de producir experiencias llamadas espirituales, religiosas, numinosas o de trascendencia. Ambas consciencias son antagónicas y una condición para que se produzca esta última es la anulación de la consciencia egoica, algo que conoce hace siglos la filosofía oriental.

Es de suponer que la consciencia egoica es dependiente de estructuras cerebrales filogenéticamnete más modernas, como la corteza prefrontal y la corteza cingulada anterior, mientras que la consciencia límbica supone la dependencia de estructuras más antiguas pertenecientes al cerebro emocional o sistema límbico.

En resumen: el yo, como construcción cerebral, no tiene una localización exacta en el cerebro y es posible que existan distintos tipos de yo o de consciencia. Sus límites no son fijos y tanto ciertos experimentos como la patología nos muestra su fragilidad. Llama la atención el hecho de que atribuyamos al yo la mayoría de la actividad cerebral, cuando en realidad el yo racional es una instancia tardía en comparación con el inconsciente que gobierna la inmensa mayoría de nuestra actividad cerebral al servicio de la supervivencia.

Falta conocer por qué es generado ese yo unificado por el cerebro, y cuál es su función.

Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Texto de la conferencia pronunciada por el autor en la Real Academia Nacional de Medicina (Madrid) el 7 de mayo de 2013. La conferencia puede seguirse también en video y se publicó originalmente en el Blog Neurociencias que el autor edita en Tendencias21.

Fuente: Tendencias21

REVOLUCIÓN DE LA INTELIGENCIA

VISIONES DEL FUTURO
Extracto de la serie de 6 videos (Narrado por Michio Kaku y otros científicos e investigadores)

Hace tres siglos el gran científico inglés Isaac Newton escribió: “Tan sólo soy como un niño que juega en la arena mientras el océano de la verdad yace misterioso frente a mí” En la actualidad una vez más somos como niños jugando en la arena pero el gran océano de la verdad ya no es un misterio.

El físico teórico estadounidense, futurólogo y divulgador científico Michio Kaku, asegura que el descubrimiento de las leyes fundamentales de la naturaleza en el siglo 20 abrirá posibilidades sin paralelo en el siglo 21. Estamos haciendo la transición histórica de la era de los descubrimientos científicos a la era de un dominio científico en la cual seremos capaces de manipular y moldear a la naturaleza casi según nuestros deseos.

En las próximas décadas la ciencia nos permitirá crear y manipular la inteligencia casi a nuestra voluntad y su dominio nos permitirá crear nuevos mundos. La posibilidad de crear máquinas inteligentes nos permitirá rediseñar nuestras propias mentes.

El crecimiento exponencial del poder de las computadoras transformará radicalmente toda la civilización humana. Para el 2020, la inteligencia estará en todas partes, prácticamente en cada objeto, a esta circunstancia los científicos la llaman: COMPUTACIÓN OMNIPRESENTE. En pocos años los microprocesadores serán tan económicos que estarán en cada artículo que compremos. Tendremos redes invisibles en nuestras paredes, en nuestro mobiliario e incluso en nuestra ropa.

Computadoras portátiles cuidarán permanentemente de nuestra salud, será como llevar en nuestra ropa a un médico las 24 horas del día. Pero quizá el impacto mayor suceda cuando la inteligencia omnipresente converja con otra tecnología de rápido crecimiento: La Internet.

El incremento sin precedentes en la comunicación en línea, Facebook, MySpace y la mensajería instantánea están cada vez más presentes en la vida cotidiana. La realidad virtual surge como un fascinante mundo repleto de avatares que se desenvuelven autónomos sin las limitaciones del mundo real. Juegos en línea como Second Life nos permiten crear mundos donde todo es posible y donde nos podemos reinventar a nuestro antojo infinitamente.

Se estima que para el 2020 habrá un completo universo tridimensional en el ciberespacio con países y gobiernos virtuales. Escuelas y universidades virtuales, propiedades y mercados de valores virtuales, familias y amigos virtuales. La realidad virtual será cada vez más como la verdadera realidad pero con la ventaja de que podremos compartir un espacio de realidad virtual con alguien que vive a cientos de kilómetros. La realidad virtual será el lugar donde se puedan vivir todas las fantasías inimaginables. La interface de la realidad virtual en un futuro podrá integrarse en el propio cuerpo humano.

Esta condición multifacética de la identidad que nos confieren las redes sociales ¿podría alterar nuestro propio sentido de identidad? Una pregunta obligada frente al expectante territorio del ciberespacio.

La realidad virtual y la computación omnipresente son sólo los primeros pasos del dominio de la inteligencia artificial. A medida que avanza el siglo 21, la inteligencia artificial revolucionará nuestras vidas de una forma aún más radical. Significará un salto evolutivo que desafiará profundamente la condición humana. En la segunda mitad del siglo 21 entraremos en nuevos dominios, pasaremos de ser creadores de inteligencia artificial a ser creadores de máquinas inteligentes. Máquinas que competirán con la inteligencia humana y probablemente hasta la excedan. Esto significa que un largo y anhelado sueño futurista podrá hacerse realidad.

Actualmente las máquinas provistas de inteligencia artificial especializada, controlan gran parte de nuestras vidas, de nuestra sociedad y de nuestra economía. Cada vez se diseñan más máquinas para pensar por si mismas, tal es el caso de los robots modulares llamados Súper Bots. Cada módulo necesario puede convertirse en un cerebro para controlar a los otros y pueden detectar en que parte del cuerpo se encuentran. Estos son sólo prototipos, la próxima generación de Súper Bots serán capaces de evaluar su ambiente de forma independiente y elegir por si mismos una forma más adecuada.

En un futuro se podrá lograr que los robots hagan diferentes tareas en diversos ambientes. Pero aún hay grandes obstáculos que limitan la habilidad de los robots para pensar y actuar con autonomía. En primer lugar el reconocimiento de objetos y el entendimiento de lo que escuchan puede ser una limitante que está a punto de cambiar. En el Instituto Tecnológico de Massachusetts crearon una máquina con la habilidad de reconocer objetos y lo lograron combinando la informática con la neurología. Si entendemos cómo trabaja nuestro cerebro y cómo actúa nuestra inteligencia, podremos ser capaces de recrearla en una máquina. La inteligencia emocional es la vanguardia de la inteligencia humana, así que los robots deberán aprender a diferenciar entre lo que es “bueno” y lo que es “malo”.

Con la evolución de ambos, la inteligencia y la habilidad de las máquinas para navegar en nuestro mundo existe la probabilidad de éstas pudieran escapar del control humano. Incluso, hay una gran posibilidad de que las máquinas llegaran a ser más listas que nosotros. Esto nos hace considerar dos escenarios: El escenario optimista que plantea que las nuevas máquinas superhumanas sean gentiles y nos traten como mascotas. Y el escenario pesimista es que no sean tan gentiles y nos utilicen como alimento (todos fundamentamos nuestras esperanzas en el primer escenario) La amenaza de robots autosuficientes que se vuelven contra los humanos ha sido un tema recurrente de la ciencia ficción.

Siempre que Hollywood nos muestra a los seres humanos en conflicto con los robots, suele haber cierto equilibrio entre ambas partes porque Hollywood sólo nos muestra películas donde tenemos oportunidad de ganar. Lo importante es que nosotros podemos controlar el avance de la inteligencia de nuestros robots. Del mismo modo podremos elegir como creamos la inteligencia artificial y tenemos que estar seguros de que esa inteligencia nunca va a querer mejorarse a sí misma porque nunca va a querer atentar contra la vida inteligente.

Creo que dependerá de nosotros que tipo de máquinas inteligentes inventaremos, nosotros decidiremos la relación que tendremos con ellas y tendremos otra alternativa aún más compleja, tendremos la posibilidad de elegir el nivel de nuestra propia inteligencia. A medida que las máquinas se hagan más inteligentes podremos mejorar nuestras propias capacidades cognitivas e intelectuales, y esta es la ironía, mientras las máquinas se parecen más a los humanos, los humanos podrían parecerse más a las máquinas, de hecho eso puede representar el máximo estadio en el dominio de la inteligencia.

Unir nuestras mentes con las máquinas puede sonar como ciencia-ficción, pero ya está sucediendo. En la clínica Cleveland en Ohio los neurocirujanos implantan electrodos en los cerebros de pacientes con depresión crónica. La técnica se denomina Estimulación profunda del Cerebro o, EPC y se utiliza en pacientes con mal de Parkinson. La EPC también llamada marcapasos cerebral significa implantar un pequeño cable eléctrico en diferentes partes del cerebro, este cable emite pequeñas señales eléctricas y controla la actividad anormal del cerebro con conexiones que ayudan a mejorar la calidad de vida y la conducta del paciente.

Los implantes cerebrales tienen actualmente el potencial para tratar un amplio abanico de patologías en el futuro cercano. El uso de marcapasos cerebrales será cada vez más frecuente. Se utilizan en pacientes con epilepsia severa y en pacientes con síndrome de Turrell. Una de las fronteras siguientes será la de los pacientes con severo daño cerebral como en los derrames cerebrales y muy probablemente también en pacientes con autismo y Alzheimer y en otras tantas patologías neurológicas y psiquiátricas. Pero los implantes pueden hacer mucho más que reparar el cerebro, pronto los microprocesadores empezarán a aumentar su capacidad y a mejorarlo. Algunos científicos predicen que en el futuro tendremos un procesador de memoria que podrá almacenar archivos y optimizar nuestra memoria, nuestras capacidades cognitivas e intelectuales.

A finales de la década del 2020 casi todas las personas tendrán cierta cantidad de inteligencia no biológica dentro del cerebro. En la década del 2040 la parte no biológica de nuestra inteligencia será mucho más poderosa que la parte biológica. Nosotros como especie ya empezamos a colocar tecnología de procesamiento de la información dentro de nuestros cuerpos. Nos estamos haciendo más robóticos, al mismo tiempo nuestra tecnología se hace más biológica y creo que en los próximos 50 años tendremos robots con más componentes biológicos y gente con más componentes electrónicos. Así que ¿Dónde estará la gente y donde estarán los robots en 50 o 100 años? Es una pregunta muy interesante.

Estamos en los albores de una nueva era en la cual podremos literalmente ser capaces de cambiar la mente con tan sólo presionar un botón. Uno de los mayores problemas que tenemos en el siglo 21 es como relacionarnos con un mundo que está lejos de la realidad y como trabajamos nuestra conciencia al tener una realidad mejorada, teniendo gente en el mundo que no tiene acceso a nada. Todas las revoluciones tienen ganadores y perdedores, esta revolución no es diferente, pero creo que los grandes perdedores son las personas que no quieren involucrarse, ellos son los que descubrirán que estar alejados les traerá algunas consecuencias desagradables. Esta es una revolución en la cual no es una buena idea ser un testigo. En el pasado sólo éramos observadores de la inteligencia. Ahora, por primera vez en la historia humana en la revolución de la información podemos ser dueños de la inteligencia. Este dominio nos dará libertades y oportunidades sin precedentes, ya que tiene el potencial de enriquecer nuestras vidas más que cualquier cosa en el pasado pero también nos confronta con aspectos sociales que son fundamentales y con alternativas que tenemos que discutir en la actualidad.

Le resultará interesante ver esta serie de videos que plantean una verdadera revolución del futuro de la inteligencia.